Luciérnagas
La primera vez que la vi, ella cazaba luciérnagas con las manos, traía puestas sus botitas para lluvia de color morado y un gorro café que le cubría el cabello y las orejas; aquello parecía una escena de alguna película dosmilera, de esas comedias románticas para adolescentes; lo hacía parecer demasiado fácil, como si las pequeñas luces se divirtieran al ser capturadas. La tarde caía poco a poco y ella tomaba una tras otra pero no las guardaba en frascos, solo las mantenía entre sus manos y les hablaba con una voz muy bajita, entonces la luciérnaga comenzaba a brillar y volaba alrededor para subir a los árboles y luego perderse. Jamás había visto tanta felicidad, una tras otra se encendía y volaba. -¿Cómo haces eso?- Le pregunte maravillado -¿El qué?- Preguntó sin vacilar -El atrapar luciérnagas tan fácilmente- Dije irónicamente -Pero yo no atrapo luciérnagas, solo las abrazo con las manos y les recuerdo lo maravillosas que son al brillar por si mismas- Contestó con la mirada más triste del mundo -Enséñame como- Le dije tras un silencio incómodo. Se sacudió el gorro y el abrigo color otoño que llegaba a las rodillas, luego se acercó a mi -Solo recuerda nunca lastimarles las alas y decirles con una voz muy queda que pueden brillar como las estrellas encima de nosotros- Puso sus manos frías en mis mejillas y beso mi frente y mi interior se revolucionó con una explosión que me hizo brillar a través de los ojos hasta la punta de los dedos.
Entonces entendí que ella era una chica luciérnaga y que algún cazador robó su luz hace ya mucho tiempo y ahora no quiere que nadie más pierda su brillo propio. Y no sé cómo decirle que ella brilla más que las estrellas sobre nosotros. Solo puedo quedarme aquí, de momento, abrazando luciérnagas hasta aprender a hacerlo correctamente y poder robar la tristeza de su mirada.
Porque no hay nada más triste que hacer más triste a una chica triste.
Entonces entendí que ella era una chica luciérnaga y que algún cazador robó su luz hace ya mucho tiempo y ahora no quiere que nadie más pierda su brillo propio. Y no sé cómo decirle que ella brilla más que las estrellas sobre nosotros. Solo puedo quedarme aquí, de momento, abrazando luciérnagas hasta aprender a hacerlo correctamente y poder robar la tristeza de su mirada.
Porque no hay nada más triste que hacer más triste a una chica triste.
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